"La intolerancia de los demás termina donde comienza la nuestra"
Para que una idea sea aceptada, tiene que ganar una guerra, ya que la guerra justifica, fiscaliza, moraliza la victoria. Aprendemos, porque en una guerra de argumentos entre dos ideas ha ganado un extremo de una duda primordial - ¡a ella misma! Mas no aprendes a no dudar.
La guerra es un acto, una obra de teatro - no es un juego -. No importa su tamaño, ni quien se pelea. Si la paz fuese posible -fuese algo que queramos - ni siquiera importaría el por qué se pelean. Importaría quien escribe el libreto.
El sentimentalismo involucrado en y para los actores, genera una especie de sensación... una diferencia - una identificación. Involucrarse en la guerra significa diferenciarse - identificarse con un ideal. La neutralidad es negocio: es alejarse, no involucrarse. Pero no significa ignorar. Es observar. ¡Dichosos los que puedan escribir!
Por eso... tengamos cuidado de los que escriben. Escribámoslos a ellos. Siempre: desde lejos. Tendremos suerte si logramos no involucrarnos en otro tipo de guerra. Tendremos suerte si evitamos sentimentalizar. Pues que todo sentimiento es una moralización de una victoria. La victoria es solo un querer. La voluntad de poder. La voluntad de querer. Una voluntad. El martirio, ya no cabe aquí. Es sentimentalización de otra victoria. De otra voluntad.
Escribir la obra es casi no escribirla. Tomar el devenir como la mismísima esencia, la mismísima razón de SER.
No solo el silencio, sino el ruido también. TODO y NADA. Lejos y cerca. Aquí y allá. ¿Por qué el 0 no es el contrario de 1 y es más fácil pensar que 1 es contrario de 2? ¿Por qué el 1 es tan indivisible que no podría ser el 0 también?
Lo imaginario es una realidad paralela, una especie de bache, un abismo temporal.
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