miércoles, 29 de julio de 2009

Sobre la ley

La ley de los hombres es como un virus. Aparece como un pensamiento, una inseguridad y basándose en un falso altruismo, en querer proteger a los demás de las inseguridades propias, se esparce como una pandemia sobre los pensamientos de otros hombres. Se genera un conciencia colectiva sobre alguna inseguridad individual, y a partir de esa cultura del miedo, creemos protegernos del prójimo. Ilusos. Tontos. Imbéciles. Irresponsables. De lo único que nos protegemos es de la verdad. No hay más ley que la de amarse a uno mismo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” es solo una extensión para que el “amarse a uno mismo” no caiga en el egocentrismo provechoso de cierto individuo que no es otro más que quien apoya “la ley” que escupe de su boca llena de yagas. ¡Podredumbre de su alma son las inseguridades por falta de amor propio! ¡Imberbe! ¿Qué eres tu sino el polvo de cual estás construido? ¿Qué eres tu sin la piedra, sin el pasto, sin el resto de los seres que habitan este hogar que llamaos universo? ¿Qué eres tú sin los demás de tu raza? Tu, que tanto te apoyas en tu historia y en tu “merecer”. Tú que con hipocresía y con aire picaresco crees conocer y justificar tus actos. Yo te digo que no hace falta justificación donde existe pureza en tu intención. Juegas con tu vida, tu verdad y tu persona. ¡Te desconoces! Mas por ello sufres y vives en disconformidad. Mas por ello vives con miedo. Mas por ello te apoyas según te convenga en alguna patraña arbitraria “ganada por la mayoría”. Patraña asquerosa y putrefacta que llamas ley con orgullo. Yo te digo esto: Tu ley no es más que tu miedo escrito y consensuado. Tu ley no vale para mi más que lo que evacuo por mi culo todos los santos días. Incluso puedo decirte que eso que evacuo es más noble, más puro, y más tú y yo que tu ley. La ley no existe si no la reconoces. Es solo un papel. Un papel del cual te mofas o aferras según te convenga. Hipócrita. Asco me dan tus leyes. Asco me da tu falta de amor propio. Asco me da tu falta de responsabilidad. Mas, lástima me provoca ver como te engañas a ti mismo. No es piedad. Es lástima. Por eso, solo te dejo ser. Yo no puedo hacer que te conozcas a ti mismo. Solo depende de ti. Solo contemplo y vivo entre los tuyos cual león entre malezas. Solo observo vacas gordas. Incluso es un insulto a tan noble animal compararte con él. Tu solo eres hombre.

Sobre los valores

El hombre es quien valora. Valora a través de una moral. Lo “bueno” y lo “malo”. Es ese juicio interminable una raíz fundamental de la falta de “conciencia total”. Formando él parte de una moral colectiva, deja de ser el “yo”, deja de ser-pensar, deja de actuar, y no sería descabellado decir que deja de valorar, desde la individualidad y el criterio construido con libertad. Es fagocitado por la moral histérica en la que nace y contextualiza. Porque ya no soy yo quien valora, sino una moral colectiva quien lo hace. Esto solo genera una idealización; ciertas pautas que hay que cumplir, porque son “lo bueno”. Ciertas pautas que hay que evitar porque son “lo malo”. En vez de serlo, idealizamos ser honrados. Aspirar a ser honrado (serlo), en el sentido de ser reconocido por los demás, es síntoma de desconocimiento del alma, del “yo”. El honor está basado en el juicio moral. Y este juicio es colectivo, una convención. No se puede ser altruista y aspirar a ser honrado. Idealizamos ser todas las virtudes que no tenemos. No las somos por falta de autoconocimiento, es decir por falta de aceptar serlas. En vez de conocernos individualmente, internamente, por motus propio, conocemos “ideas” o “percepciones” de nosotros mismos, asociadas a una “moral colectiva” y a la perspectiva ajena. Muchas veces confundimos valores colectivos con virtudes. Las virtudes son virtudes; Sólo dependen de mí y son para mí. No son, o no deberían ser, para otros, ni valoradas bajo otro juicio más allá del mío. Eso es libertad en un grado de pureza que no alcanzamos, auto-encadenados a juicios morales. Es el miedo generado por la incertidumbre, nuestra tendencia a querer conservarnos, quien confluye y hace convenciones de valores colectivos. Acuerdos tercerizados, objetivizados, despersonalizados convenidos en pos de la conservación en el tiempo y en el espacio de nuestro cuerpo material individual. Al final no es el “yo” quien se conserva sino un ideal del mismo, algo que no es “yo” sino una imagen, una “aspiración a ser” ilusoria de una convención, con la única finalidad de la conservación del mismo “yo”. Contradictorio. Lo que llamamos alma es nuestro “yo”, quien está en constante conflicto por salir a flote del ahogo incesante de los valores. El sentimiento de autopreservación, de conservar la vida, es un miedo infinito y constante que rige nuestro comportamiento socio-moral. ¿Cuál es la raíz del mismo? ¿Por qué sentimos inconscientemente la atracción por la conservación? Miedo. No estar seguros. No conocernos. No ser conscientes de que fuimos, somos y seremos parte del TODO. Coartar tu libertad por algún tipo de seguridad o comodidad tiene como consecuencia la autolimitación. Apoyándonos o tratando de alcanzar ideales colectivizados coartamos nuestra libertad. Decidimos, porque somos libres, no serlo. Podemos cambiar de opinión cuando querramos. La libertad máxima la alcanzaré conociendo al “yo”, al alma. Lo demás es solo un trato moral, en el cual la divisa de pago es nuestra libertad. A cambio obtenemos la sensación de seguridad con respecto a tal cosa. Al no depender ya de nosotros la seguridad sobre algo, sino de una sensación de seguridad brindada por un tercero o un convenio, nos genera incertidumbre y duda. De tal modo, solo emanan de nuestras bocas más valores, más ideales, más convenios, basados sólo en la falta de auto-conocimiento, basados en la falta de libertad, por miedo a aceptar y ser lo que queremos ser por nuestro propio alma.

Sobre la trascendencia

¿Cuál es la puta necesidad de medir nuestro progreso personal en comparación con otras personas? Lo más ridículo de todo es que muchas veces medimos tal progreso en términos que acaban reflejando cierto apego a la diferenciación social en términos de “calidad” de bienes económicamente costosos. Sentimos esa totalmente común satisfacción de creernos merecedores de cierto objeto en particular. Nuestra civilización, nuestra historia y ciertos aspectos educativos de nuestros medios de comunicación se encargaron perfectamente de transmitirnos mediante imágenes y sonido, y más importante aún por medio de la historia tras todo esto, esta creencia en particular, que aflora lo peor de nosotros. La responsabilidad de conocernos a nosotros mismos nos corresponde pura y exclusivamente a nosotros. Pretendemos reflejar nuestras inseguridades, nuestro egoísmo y aspiraciones personales de “ser más que otro” e imponer una especie de venganza contra el resto de la humanidad por razones que son puramente efectos de nuestra debilidad mental para entender que formamos parte de un TODO superior e interconectado. Omnipresente y eterno. El problema de la trascendencia, la trascendencia material, es algo sumamente estúpido. El problema muchas veces es querer ser recordados. Porque esa es una forma de trascender. Tal vez nuestros cuerpos no pueden trascender pero si pueden hacerlo nuestras acciones. Pues sí. Nuestras acciones nos trascienden. Un pedo que nos tiramos trasciende tanto como lo haría tener 20 millones de mansiones rodeando los lugares más paradisíacos de la tierra, 2 millones de dólares en un plazo fijo o dinero suficiente como para vivir nuestra vida, cómodos y sin trabajar, teniendo otras personas que hagan las cosas que no nos gustan. Claro… pero el dinero dura más tiempo o puede generar más cosas para nosotros que un pedo (nuestro, obvio… Ni hablar del de otro). Pero bien, es muy ridículo también pensar en eso ya que no vamos a presenciar absolutamente nada de todo lo que ocurra luego de nuestra muerte. Lo que es peor, ni siquiera podemos saber que nos pasará en los próximos 2 minutos. Entonces… ¿por qué mierda tendríamos que preocuparnos de lo que pueda pasar mañana si no podemos saber si estaremos muertos en los próximos minutos o vivos por 50 años más? No lo sabemos. Es pecar de tremendista. Todavía hoy no logro comprender porque ni con que medimos nuestra trascendencia. El problema mayor creo que está en el tipo de trascendencia que estamos buscando. Somos seres tan trascendentales como una piedra. Tal vez porque nuestra concepción del tiempo es diferente por nuestro tamaño. Ya que los tiempos transcurren de formas diferentes según el tamaño de las cosas. A lo que quisiera llegar, si me lo permite mi cerebro, es que no importa cómo; siempre seremos trascendentales. Porque formamos parte de un TODO. Esto puede sonar muy “new age” o tremendamente pelotudo, o ambos juntos, pero es cierto que nuestra materia y nuestra energía interactúan todo el tiempo de nuestra vida material con el resto del universo. Físicamente hablando, seríamos sistemas abiertos. Solemos pensar que cada átomo que nos compone nos pertenece. Y hablando en cierto tipo de escala temporal eso es cierto, ya que como tenemos conciencia de nosotros mismos, se templa en nuestro inconsciente esa sensación. Sin embargo, el camino lo hacemos todos juntos. Desde antes y hasta después afectamos al mundo y este nos afecta a nosotros. Es un intercambio constante. Pero al dañar el universo nos dañamos a nosotros mismos. A veces me dejan de importar los demás porque me doy cuenta de la finitud que es mi consciencia existencial. Hay una burda necesidad de sentirse famoso y recordado. Algunos mediante altruismo, puede ser. Otros por diferenciarse. Ambos son estúpidos. No tengas ninguna de esas sensaciones. Son tontas e innecesarias. Pero serán trascendentales. Afectarán la vida de otros… y lo que es obvio: tu vida.

Sobre la LIBERTAD y los "demócratas"

Cotorrean y hablan. Imponen y se convencen mutuamente de ideales blasfemos que se cargan contra su propia vida y su libertad. Construyen paredones de valores que, cual púberes insensatos, no se cansan de usar como frontones en los cuales martillan sus cráneos, felices de manchar con sangre a los demás. Se ahogan en las lágrimas que no paran de brotar de sus propios ojos y ellas retroalimentan la esperanza enferma y contagiosa en los ladrillos que suman a esa gran muralla que no es más que el paño de hierro que gustosos funden en sus ojos para no hacerse cargo de lo único que les pertenece y los hace Hombres: LIBERTAD. Toma tu tabla de valores, nefasta, y siéntete a gusto de escupir sobre ella. Relájate para defecarla en sus cuatro puntas y vomita todos los años, días y segundos que viviste bajo su peso. Salta el muro y por lo menos hecha un vistazo a lo que yace detrás.
Sí. Muérete de miedo. Muérete. Terror debes sentir por tu insolencia y desperdicio. Animal estúpido si los hay, aquel que desconoce su naturaleza y vive engañado en su propia mentira, en mares de sufrimiento individual y colectivo. El fuego incandescente de lo que hay detrás del muro quema toda tu piel y te deja desnudo. Solo hay luz detrás de la pared. Luz a la cual tantos años de angustia e inconformismo generado por tu ignorancia te han hecho intolerante. Por eso muérete. Muérete al cruzar la muralla o vive para siempre en la inmensidad de tu estupidez. Muérete al cruzar la muralla para renacer al calor inagotable de la libertad. Vacía de ti las letras que con sangre escriben los valores de los cuales te sientes orgulloso. Deja atrás la soberbia o acéptala como la muestra más natural de tus limitaciones, pero compártela, que no sea solo tuya, desnúdala a los demás para que puedan mutarla y defecarla frente a tus ojos. Ríe de ello, pues solo es aceptación. Olvida todo lo que “fue” para finalmente ser. Porque tu presente es tu futuro y tu pasado. Mas tu pasado no es tu presente y tu futuro no ES siquiera. Vacíate del “fue”. Y cuando ese vacío sea total no quedará lugar para nada más que eso que tanto anhelas. Eso que tienes ya, pero no aceptas. Eso que tapas tras cercas de púas. Eso que mal llamas ahora libertad, y que no es más que la auto-coacción delegada más humillante, inútil, hipócrita e innecesaria. La LIBERTAD no se abraza. Ella te abraza a ti.
Refúgiate cuantas veces quieras tras tu muro. Cambia sus ladrillos. Revócalo. Una vez que lo saltas ya no querrás vivir para siempre tras él. Poco a poco no podrás prescindir segundo a segundo de tu libertad y tu muro solo será el “fue” de tu no-existencia. Y el presente, tu EXISTENCIA, será una con tu LIBERTAD.