miércoles, 29 de julio de 2009
Sobre los valores
El hombre es quien valora. Valora a través de una moral. Lo “bueno” y lo “malo”. Es ese juicio interminable una raíz fundamental de la falta de “conciencia total”. Formando él parte de una moral colectiva, deja de ser el “yo”, deja de ser-pensar, deja de actuar, y no sería descabellado decir que deja de valorar, desde la individualidad y el criterio construido con libertad. Es fagocitado por la moral histérica en la que nace y contextualiza. Porque ya no soy yo quien valora, sino una moral colectiva quien lo hace. Esto solo genera una idealización; ciertas pautas que hay que cumplir, porque son “lo bueno”. Ciertas pautas que hay que evitar porque son “lo malo”. En vez de serlo, idealizamos ser honrados. Aspirar a ser honrado (serlo), en el sentido de ser reconocido por los demás, es síntoma de desconocimiento del alma, del “yo”. El honor está basado en el juicio moral. Y este juicio es colectivo, una convención. No se puede ser altruista y aspirar a ser honrado. Idealizamos ser todas las virtudes que no tenemos. No las somos por falta de autoconocimiento, es decir por falta de aceptar serlas. En vez de conocernos individualmente, internamente, por motus propio, conocemos “ideas” o “percepciones” de nosotros mismos, asociadas a una “moral colectiva” y a la perspectiva ajena. Muchas veces confundimos valores colectivos con virtudes. Las virtudes son virtudes; Sólo dependen de mí y son para mí. No son, o no deberían ser, para otros, ni valoradas bajo otro juicio más allá del mío. Eso es libertad en un grado de pureza que no alcanzamos, auto-encadenados a juicios morales. Es el miedo generado por la incertidumbre, nuestra tendencia a querer conservarnos, quien confluye y hace convenciones de valores colectivos. Acuerdos tercerizados, objetivizados, despersonalizados convenidos en pos de la conservación en el tiempo y en el espacio de nuestro cuerpo material individual. Al final no es el “yo” quien se conserva sino un ideal del mismo, algo que no es “yo” sino una imagen, una “aspiración a ser” ilusoria de una convención, con la única finalidad de la conservación del mismo “yo”. Contradictorio. Lo que llamamos alma es nuestro “yo”, quien está en constante conflicto por salir a flote del ahogo incesante de los valores. El sentimiento de autopreservación, de conservar la vida, es un miedo infinito y constante que rige nuestro comportamiento socio-moral. ¿Cuál es la raíz del mismo? ¿Por qué sentimos inconscientemente la atracción por la conservación? Miedo. No estar seguros. No conocernos. No ser conscientes de que fuimos, somos y seremos parte del TODO. Coartar tu libertad por algún tipo de seguridad o comodidad tiene como consecuencia la autolimitación. Apoyándonos o tratando de alcanzar ideales colectivizados coartamos nuestra libertad. Decidimos, porque somos libres, no serlo. Podemos cambiar de opinión cuando querramos. La libertad máxima la alcanzaré conociendo al “yo”, al alma. Lo demás es solo un trato moral, en el cual la divisa de pago es nuestra libertad. A cambio obtenemos la sensación de seguridad con respecto a tal cosa. Al no depender ya de nosotros la seguridad sobre algo, sino de una sensación de seguridad brindada por un tercero o un convenio, nos genera incertidumbre y duda. De tal modo, solo emanan de nuestras bocas más valores, más ideales, más convenios, basados sólo en la falta de auto-conocimiento, basados en la falta de libertad, por miedo a aceptar y ser lo que queremos ser por nuestro propio alma.
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