En la granja del señor Alonso hay un toro. Es un toro negro. Musculoso, con unas patas traseras capaces de destrozar cualquier muro. Un pecho brillante, ancho, de un negro azabache impresionante. Y su cara. Su cara solo denota fortaleza. La profundidad de su mirada y las enormes fosas nasales, que inhalan y exhalan con firmeza, dejan en el aire la sensación de haber sido arrollado por un huracán. Su imponencia es sublime. El brillo de su pelo, exaltado por su musculatura parece el más fino mármol negro, del cual no existe cantera en el que pueda encontrarse. El sol se desespera por hacer brillar cada hendidura, cada fibra que brota de su cuero robusto pero hermosamente flexible. Dos astas perfectamente puntiagudas, largas, simétricas hasta en la más mínima beta se yerguen en su cabeza. Afiladas, capaces de embestir, violenta y eficazmente, cualquier destino. El toro puede llevarse todo por delante, no habría lazo que pueda sostenerlo. No habría hombre capaz que domarlo. No habría muro capaz de contenerlo. Sin embargo, el bello toro no puede escapar a la necesidad de vivir en la granja de Don Alonso. ¿Quién contemplaría semejante belleza si el toro escapara? ¿Acaso el toro disfruta de los cuidados del señor Alonso? Sí, el siente ese poder de atracción que eleva su ego. Y se siente muy seguro dentro de su corral y con su harén de vacas premiadas. Ha ganado muchos premios. Premios otorgados por los hombres. Premios que reconocen la belleza designada, según, los hombres.
Su corral está pintado de blanco. Un blanco que contrasta con toda la belleza y la fuerza del ébano pelo. Un blanco de pureza infame. Y toda la grandeza del toro queda reducida a la fragilidad material de la madera astillada y pintada de blanco de su corral. Y toda su grandeza queda reducida a la voluntad de don Alonso. Es mucha seguridad la que tiene el toro. Don alonso provee, mas el estúpido toro, solo se duerme en la contemplación de la inutilidad superficial y no explota la fortaleza de su más poderosa posesión. Incluso teniendo el poder de hacerlo, el toro solo se da vuelta para ver el granero, sin contemplar que del otro lado del corral, los campos llenos de granos y verde pasto, de inagotable fuente de vida, no tienen fronteras de vallas blancas. No. Esos granos y esos pastos no están esperando la ambiciosa sensación de abrazo del sol para mostrar su brillo. Solo le roban energía para crecer donde puedan y en la simpleza de su flor conmueven con una explosión de color, aroma y belleza tan grande como la del toro, pero sin la presunción, el orgullo y la indulgencia de don Alonso. Cuanto poder desperdiciado el del toro. Por algo el toro sigue siendo alimento sufriente y herramienta comercial para satisfacer los deseos caprichosos de don Alonso. Por algo sigue siendo orgullo ajeno, engañado en su propio orgullo. Por algo sigue siendo solo espécimen de especie esclava. Solo porque su seguridad significa la muerte a lo único que ES.
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